Escrito por: Sara Zegarra
Debo admitir que no soy fanática de la playa y; llegarla a
tolerar es aún más difícil si tu madre te lleva constantemente, porque a ella
le fascina…Tumultos, comida enterrada y sol achicharrándote; esa es mi
percepción (sí, solo le veo el lado negativo, pero es que para mí ese lado pesa
demasiado en este caso particular).
Hay una playa, sin
embargo, que puedo recordar con cariño y ganas de volver: Colán.
Si vas a Colán, lo mejor que puedes hacer es alquilar una casa frente. Tendrás tranquilidad, privacidad y una vista majestuosa que puedes disfrutar desde el momento en que amanece. Y es que al despertar, ya sientes el suave olor de la brisa marina que te pide que salgas a observar un sol que solo busca saludarte; que será un día hermoso; que hay que disfrutarlo.
Ya afuera en la terraza, con la que todas las casas cuentan
en Colán, verás a los pescadores pasar para empezar a trabajar. Sus botes van
sin mayor problema, pues sus aguas parecen aún dormitar; las aguas de Colán,
sin embargo, nunca salen de ese letargo que las caracteriza en las mañanas.
Éstas prometen quedarse bajo el sueño de Morfeo para que tú puedas entrar a
soñar con ellas, abriendo de vez en cuando sus ojos para confirmar que estás en
ellas y observarte con su mirada celeste con toques esmeralda, casi cristalina.
Cuando decides descansar y salir a la fina arena de la
playa, vas a notar el límite entre la arena y la playa. Ésta es dada por unas
pequeñas criaturas muy simpáticas: los murmuy. Son pequeños animalitos marinos
que se posan en la arena que yace bajo el final del oleaje.
Caminar sobre ellos es una mezcla entre cosquillas y masajes
en los pies.
Como lo veo, Colán no es una playa, no es un destino, no es
un escape. Colán es una experiencia de relajación; es una invitación a paraíso;
Colán es un encontrarse con es más resguardado secreto de Poseidón.
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